Los veinte años en la Compañía
En
la compañía era costumbre premiar a sus miembros. Al cumplir estos veinte años,
se les organizaba una cena, acudían ahí los más de 3,000 empleados. Se les dedicaban
algunas palabras por parte del líder y se tocaba música de arpa, todo al gusto
y exigencia del festejado. Al termino, a este se les hacia una interrogante, si
era respondida de forma correcta seria exonerado de todo trabajo y se les
premiaría con siete vírgenes; de lo contrario, eran arrojados en un acantilado
en una ceremonia por demás terrible. Es importante mencionar que después de
diez años ningún miembro había acertado en dicha prueba, misma que siempre era
diferente.
Toco
el turno a Jiménez. Era este un empleado, experto hasta el hastío en la
revisión de facturas y cotizaciones. Cumplió veinte años de servicios. Toco
turno pues a su ceremonia de jubilación o bien a su destino atroz en las
profundidades del abismo. Estaban ahí, en la ceremonia, 2898 miembros de la
secta, solo habían faltado dos, uno por enfermedad, una gripa terrible, y el
otro, un problema con el tráfico. La comida fue exquisita, cordero asado con
verduras, en cada mesa se dispuso una charola
llena de frutas exóticas y se llenaron jarras de vino; sin duda era la
mejor de las celebraciones. Al término se dispuso todo para la terrible
interrogante.
- Jiménez,
debo preguntar, está usted listo a pasar a la mejor etapa de su vida, era el
sacerdote de la compañía, también presidente y dueño quien hablaba.
- Lo
estoy su señoría, contesto, parado apenas a un paso del abismo
- Responda
usted, tengo en mi mano dos fichas de marfil, traídas de las más lejanas
tierras de la India, dígame, por su libertad, por su vida o por su muerte ¿de qué
color son?
- Jiménez,
que lo escuchaba con los ojos vendados respondió: Son rojas señor, la multitud
se escucho con asombro ante tal barbaridad
- Silencio!
Ordeno el presidente de la compañía, debo preguntar nuevamente, ¿de qué color
son las fichas de marfil que sostengo ahora con mis manos?
- Son
rojas señor, el murmullo se escucho impetuoso, era posible tal necedad, tal
miopía, no darse cuenta que el presidente, en su infinita gracia le había dado
la oportunidad y la chance de vivir, este había optado por responder lo mismo.
- A
callar, ordeno el presidente. El murmullo de la gente se hizo débil. Cierto es.
En diez años debo decir que es usted el primero en responder correctamente.
Queda usted liberado de toda carga, y podrá esta noche disfrutar de las siete
vírgenes de premio. Solo un último detalle, dígame ¿cómo es que supo usted que
las fichas eran rojas?
- Señor,
lo que enseguida diré, dará cuenta fiel del porque supe responder a esta
interrogante. Mi nombre es Jiménez,
empleado y casi esclavo de la compañía. Por veinte años preso de la rutina, hoy
liberado, sin más gusto que los de un hombre mediocre, hoy premiado con un
sequito de vírgenes hermosas. Acostumbrado hasta el hastió a lo que fue mi
empleo que hoy dejo, ser un oficinista encargado de las facturas, cotizaciones
y compras en el departamento de adquisiciones. Supe que el color de las fichas
de marfil son rojas, porque fui yo quien las mando cotizar y comprar, hasta las
lejanas tierras de la India.
Comentarios
Publicar un comentario